- ¿Qué es eso, mamá?
- Un buzón de cartas.
- ¿Un qué?
En la esquina de Corrientes y Virgen de la Merced, Josefina Aliaga (37) intentaba explicarle a su pequeña Amparo (6) de qué se trataba ese objeto cilíndrico rojo, de hierro fundido. La intervención de Juan Carlos Reimundin, de 79 años, llegó justo a tiempo: hace algunos años, cuando no existía el celular ni el mail, la gente se escribía cartas. Las ponía en un sobre, en el cual ponía la dirección del destinatario, le pegaba una estampilla que compraba en el correo y la depositaba en el buzón. Cada día pasaba el cartero, abría con su llave ese cilindro bermellón y se llevaba la correspondencia para que llegara a destino.
Reimundin, que vive a media cuadra de uno de los dos o tres buzones que quedan en el centro, tiene recuerdos imborrables de aquellas épocas de esplendor, cuando el correo postal era un medio de comunicación a distancia esencial. “Además, era todo un símbolo de esta zona. A diario los vecinos nos juntábamos a conversar en esta esquina. Nos hacíamos llamar ‘El club del Buzón’”, rememora.
Oxidados, garabateados y con las puertas vencidas, los buzones están ahí, como una señal del paso del tiempo. La misma suerte corrieron la mayoría de las cabinas de teléfono público. Igual los postes de señalización de maniobras de trenes. Todos estos objetos están obsoletos y hay quienes consideran que más que aportar algo a la ciudad representan un problema: porque son focos infecciosos o porque ocupan un espacio público en vano. Porque una cosa es la nostalgia y otra la comunicación del siglo XXI. El mundo es hoy muy diferente a como era hace una, dos o más décadas. Ya casi nadie manda una carta. Y echar monedas a un aparato está tan obsoleto como el telegrama. Tampoco pasan tantos trenes por la ciudad con el riesgo de que choquen de frente.
Carteles
Basta un recorrido mínimo por algunas cuadras del centro para descubrir varias huellas de un Tucumán (no tan) viejo. Entre los objetos en desuso se perciben varios carteles con las calles enumeradas, pegados en las paredes de las casas ubicadas en las esquinas. ¿Calle 13 S.D? ¿Qué significará? Luis Lobo Chaklián, subsecretario de Planificación Urbana municipal, cuenta que allá por los años 80, por medio de una ordenanza, se dividió la ciudad por cuadrantes de acuerdo a los puntos cardinales y en cada uno de ellos las calles estaban numeradas. “De esa manera, si había arterias sin nombre, la gente se podía ubicar fácilmente”, explicó el funcionario. Según él, aunque pocos en la actualidad sepan de qué trata, el sistema no está obsoleto.
Oficinas de señaleros
Hace algunas décadas, los trenes fueron la forma de viajar y la vía de conexión entre productores regionales de toda la Argentina. Era tal la cantidad de formaciones que iban y venían que el trabajo de los señaleros en las playas de maniobras era imprescindible. Ellos se ubicaban en altura. Tenían que subir una escalera de por lo menos cuatro metros y allí estaba su oficina, cuenta Jorge Pellarella, de 56 años. Vive desde hace medio siglo pegado a las vías, en calle San Juan al 1.200, justo frente a una de esas infraestructura que quedó en desuso. Igual pasó con las columnas que servían para indicar cuando se aproximaba un tren. “Ahí están esas estructuras, arruinándose. Hace no mucho tiempo se desmoronó una columna entera”, contó.
Cabinas
“Ni siquiera tiene tono”, le dice la joven estudiante Luciana Nisoria (18) a su compañera. “Es un asco; no lo toques”, le contesta la otra alumna. “En este sí se puede hablar, aunque dice solo números gratuitos”, apunta. “Y pensar que antes era la única forma de llamar a casa para que nos busquen”, recuerda, mientras se ríe. Están en la calle Muñecas al 200, frente a la escuela Normal.
La explosión de los dispositivos móviles (ya hay un celular y medio por cada argentino) condenó al olvido a los teléfonos públicos. Han intentado a duras penas sobrevivir gracias al cobro invertido. Pero no lo han logrado. De hecho, ya ni se le exige a Telecom la obligación de mantener las cabinas, a excepción de aquellas ubicadas en lugares esenciales, como por ejemplo hospitales o comisarías. Augusto Zuccarelli, titular de la delegación en Tucumán de Enacom (Ente Nacional de Comunicaciones), comentó que aunque este era considerado un servicio de vital importancia, hoy en día la gente les pide que los saquen de la vía pública. “Los vecinos reclaman que retiremos las cabinas porque ya están sin tono o porque han sido vandalizadas”, cuenta.
“La posibilidad de llamar o enviar mensajes o utilizar internet móvil, sumadas a la comodidad y privacidad de comunicarse en movimiento y desde cualquier lugar, han convertido a la telefonía móvil en el medio de comunicación más elegido por las personas actualmente. Los teléfonos públicos tienen un índice de uso casi nulo y por otra parte son objeto de vandalización indiscriminada. Sólo son usados en un porcentaje muy bajo los que quedan en la terminal de ómnibus, hospitales, comisarías, shoppings, dependencias de gobierno y en la cárcel”, admitió el gerente de Relaciones Institucionales de Telecom en Tucumán, Pablo Bollatti.
Opiniones de expertos: ¿dejarlos como recuerdos o sacarlos de la calle?
A los nostálgicos les encanta verlos, aunque estén en desuso. Pero, ¿tiene sentido dejarlos en la calle a los buzones y teléfonos públicos? El urbanista Rafael Caminos opina que si los objetos ya no sirven para nada hay que sacarlos, especialmente en una ciudad como la nuestra que tiene mucho tránsito de peatones y veredas angostas. “Hay que quitar aquellas cosas que representan un obstáculo para la circulación y que, además, se arruinan porque nadie las mantiene”, sugiere. En todo caso, una buena opción sería armar un museo con aquellos objetos que son un símbolo de la vida antigua en la urbe, propone Javier Kirschbaum, creador del museo “La Juntada”. “Por suerte son mucho más de lo que imaginamos los vestigios del pasado en la vía pública”, apunta.